El ritmo de vida en las actuales ciudades hace que nuestro día a día esté cargado de responsabilidades, obligaciones, compromisos laborales y familiares, que hacen que todo se vaya sumando a una larga y continua lista de cosas que hacer, que nunca termina y que provoca a veces que descuidemos algunos de los aspectos más importantes de nuestras vidas como es la alimentación.
Dentro de este contexto surgió, ya hace décadas, el concepto de “Fast food” como solución rápida, cercana y en la mayoría de los casos muy económica, para satisfacer la necesidad creciente del consumidor de comer rápido y seguir con la lista infinita de tareas. Los comercios de comida rápida inundaron en pocos años las ciudades más urbanitas provocando un cambio importante en la forma de comer y en la manera en la que entendemos la comida. Los alimentos en sí, sus propiedades para la salud y hasta el placer de un buen producto de calidad, dejó de ser una prioridad tanto para vendedores como para consumidores de este tipo de establecimientos.
Por suerte y como en todo, siempre hay un contrario para cada extremo y es por eso que en 2004 se reconoce oficialmente por la FAO (Food and Agriculture Organization) la organización Slow Food. Un movimiento nacido para luchar contra el ritmo acelerado que llevamos y nos hace vivir una vida rápida haciendo que los alimentos no tengan el protagonismo que se merecen y que necesitamos.
Slow Food defiende un manifiesto en el que afirma que es necesario recuperar un tranquilo placer material y que redescubramos las riquezas y los aromas de la cocina de verdad. Expone que es necesario reeducar el gusto con un nuevo sentido de responsabilidad, en equilibrio con la biodiversidad agroalimentaria y el compromiso ético con los productores.
¿Cuál es su objetivo?
Podríamos decir que su principal meta es conseguir que el hecho de comer y alimentarnos sea más consciente, más estudiado, sabiendo en todo momento qué estamos tomando y por qué, aprovechando de la mejor manera los recursos disponibles.
¿Cómo se practica?
Sin duda a través de pequeñas acciones, como cambiar según qué productos industrializados de nuestra cesta de la compra y adentrándonos en los conocimientos de la cocina. Saber que hay detrás de un plato y conocer sus procesos e ingredientes nos facilita la información para ser conscientes de lo que comemos y poco a poco ir mejorando nuestros hábitos.
Pero no solo a nivel personal se está produciendo el cambio, ya que son muchos los negocios de restauración que poco a poco se unen a este movimiento. Cientos de cocineros a nivel internacional apuestan por un concepto que mantiene el equilibrio entre alimento y conocimiento, para así conseguir el mejor resultado en sus cartas haciendo una gran oferta culinaria que compite con el establecido Fast Food.
Un gran recurso muy unido a este movimiento son los alimentos de Km0, que como explico en uno de mis anteriores post, permite que los negocios que hacen uso habitual y continuado de ellos obtengan un reconocimiento de Restaurante Km0, que representa un producto de calidad, con conciencia y de cercanía, dando apoyo al trabajo local de ganaderos, pescadores o agricultores.
En los últimos años esta organización no ha dejado de crecer, se encuentra en una expansión constante llevando su filosofía gastronómica por todo el mundo y ha establecido sedes en 160 países, como el nuestro, en el que se trabaja por trasladar el mensaje de que necesitamos ir más lento para recuperar consciencia sobre lo que comemos y mejorar nuestra identidad cultural hacia la gastronomía.
No puedo evitar pensar que quizás esta crisis sanitaria que nos ha puesto a todos en pausa, es lo que nos hace frenar en nuestras vidas aceleradas y podamos sacar en positivo que hay aspectos que debemos reforzar y mejorar, como es la alimentación.
¿Y tú, eres más de Slow Food o de Fast Food?
Me ha encantado!